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Las frutas y verduras de París treparon un 160%

El mercado de Alligre, el más popular y barato de París, en el barrio de la Bastilla, esta semidesierto desde que el precio del gasoil en Francia llegó a 1,45 euro (*) el litro, los pescadores fueron a la huelga y a los bloqueos ruteros se sumaron agricultores, camioneros y taxistas porque su trabajo ya no es rentable con esos costos.


Por primera vez desde la llegada del euro, los franceses cuentan los céntimos para sus compras matinales y se rigen por el valor de las etiquetas de precios. Es su respuesta al aumento de hasta un 160 % de las frutas y verduras, en los últimos ocho meses; a la exorbitante disparada de los productos lácteos y las pastas; a una inflación que ha llegado oficialmente al 2,8 por ciento en 12 meses, pero con una percepción inflacionaria del doble.

Reflexionan más que nunca, cuentan las monedas. La plata no les alcanza. Esto se inició con la llegada del euro, donde los precios subieron escandalosamente, y se agravó desde el inicio de este año al ritmo del petróleo y de los alimentos. "Y va a continuar así porque el problema ya no es francés sino mundial", explica Abed, que lleva 15 años despertándose a las dos de la mañana para hacer las compras mayoristas que luego venderá en el mercado.

En los puestos de los verduleros y fruteros, las peras argentinas Golden cuestan 3,80 euros el kilo, al igual que los limones, y los tomates cherry y los espárragos 5,95 euros. Y un fenómeno: los productos extranjeros son a veces más baratos que los franceses. Las frutillas gariguette francesas cuestan 10 euros el kilo, las españolas de 1 a 2,99 euros. Esto implica una suba de 160% de las fresas francesas con respecto al mismo mes del 2007 y una reducción del 33% de las frutillas españolas. Unos y otros se acusan: las cargas sociales, la intermediación, los impuestos, el precio del petróleo.

Para frenar estas distorsiones y conseguir bajar los precios, el gobierno está impulsando la ley de modernización de la economía, con nuevas reglas de negociación y tarifas con los distribuidores, que hoy en Francia se quedan con la mayor tajada.


Como pescadero de cuarta generación, Laurent Durand es uno de los príncipes del Alligre. Su receta es que "se deben vigilar los intermediarios" para evitar que los precios suban lo que han subido los alimentos: un 30% en seis meses. Laurent ha aumentado la oferta con pescados más baratos para suplir una demanda que se fija en las etiquetas de precio. El precio de un merlán vendido por el pescador a su primer intermediario es 1,73 euro. Del intermediario al mayorista sube a 5,10 euros. Del mayorista al pescadero llega a 6 euros y él, finalmente, lo puede vender al público a 13,08 euros.

A la una de la tarde, Alligre se apaga. Aparecen las máquinas de limpieza de la municipalidad y las palomas. En la esquina se apilan las cajas de la verdura desechada y, a los codazos, seis personas las revisan sin mirarse las caras para llevarla a su casa. En la fila se apilan jubilados con una pensión de 840 euros, madres viviendo en casas sociales con muchos chicos y ancianos sin familia. "Es duro e injusto haber trabajado toda una vida para terminar comiendo el descarte", se queja monsieur Dumas, que fue barbero hasta que se jubiló hace 20 años y hoy ha cumplido 80.Buscar en la basura es ilegal aquí, pero la policía no interviene. Como la inflación, la extrema pobreza es la nueva mala noticia de la cuarta economía mundial.

Fuente: Diario Clarín.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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